NO ERES TÚ, SOY YO
En una ocasión alguien, al momento de terminarme, me dijo la frase de cajón “no eres tú, soy yo”. Me dio mucha rabia. No tanto la terminada, sino la falta de esfuerzo para buscar una frase original para darme la estocada final.
Pero si trasladamos esta frase del campo de pareja, al campo de nuestra relación con Dios, son las palabras que día a día Dios nos dice, no para cerrar el ciclo con él, sino por el contrario, para mantener la cercanía.
El pasado 21 de octubre, la Superintendencia de Notariado y Registro de Colombia dio a conocer cifras, según las cuales, en los primeros 8 meses del 2021, por cada dos parejas que decidieron casarse, una decidió divorciarse.
En el 2020 estábamos en plena pandemia y las solicitudes de divorcio se redujeron, no porque los matrimonios estuvieran más fortalecidos, sino seguramente porque en cuarentena no había manera de adelantar el trámite.
En años anteriores ya se había evidenciado también que la gente se estaba casando menos y divorciando más. En efecto, entre los meses de enero del 2016 a septiembre del 2019, por cada 100 matrimonios registrados, se presentaron 41 divorcios.
En mi caso mis abuelos son divorciados. Mis padres también lo son. Nunca me he casado, y a decir verdad, tenía mucha resistencia frente al matrimonio. O mejor, tenía resistencia al divorcio. No quería aumentar las cifras que frente a este último existen en mi país y en mi familia.
Pero soy cristiano. Creo en un Dios que nos dice que “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar” (Romanos 12:2 NTV).
El cambio de manera de pensar que intenté fue reemplazar, en mi mente, un argumento por otro.
El argumento que habitaba inicialmente en mi cabeza era el siguiente:
“Si cada vez más gente se está divorciando, y si mis padres y mis abuelos se divorciaron, entonces, si me llego a casar, me terminaré divorciando”.
Confiando en que Dios podía hacer cosas buenas en mi vida, y en que podía creer en la ruptura de maldiciones generacionales, con fe decidí cambiar ese argumento e iniciar a pensar lo siguiente:
“Aunque cada vez más gente se está divorciando, y aunque mis padres y mis abuelos se divorciaron, entonces, si me llego a casar, yo no me terminaré divorciando”.
Al principio me gustó esta “renovación de mi manera de pensar”. Pero poco a poco sentí que era insuficiente.
En medio de esa sensación de que lo que pensaba seguía siendo incorrecto, recordé que alguna vez escuché, no sé en dónde, que en la vida todos los “aunque” en realidad son un “porque”. Entonces recompuse el argumento que finalmente quedó así:
“Porque cada vez más gente se está divorciando, y porque mis padres y mis abuelos se divorciaron, entonces, si me llego a casar, yo no me terminaré divorciando”.
"La fe, o mejor, la "fe en la fe", nos puede llevar a pasar la línea a partir de la cual creemos estar actuando creyéndole a Dios cuando en realidad nos alejamos de Él actuando con independencia. "
¿Cuál es la diferencia entre el argumento con la palabra “aunque” y el argumento con la palabra “porque” ?: la dependencia de Dios. Con este último sentía que verdaderamente había “renovado mi manera de pensar” porque, quizá obligado por la debilidad, pasé en este asunto a una vida dependiente de Dios.
El engaño es sutil. La fe, o mejor, la fe en la fe, nos puede llevar a pasar la línea a partir de la cual creemos estar actuando creyéndole a Dios cuando en realidad nos alejamos de Él actuando con independencia.
Puede darse el caso que con mis fuerzas insufladas por algún versículo de fe, en mi mente crea que, por ejemplo, “aunque las circunstancias sean adversas, las podré superar”. Sin embargo, al despertarme a la chocante realidad que por mucha fe con que cargué mi pensamiento, fui derrotado, es ahí donde pasamos del “aunque” al “porque”.
Con el argumento “porque” veo esas mismas circunstancias, y entiendo que me superan. Reconozco que por más fe con que revista mis fuerzas, son insuficientes para obtener victoria. Con humildad tomo consciencia que el problema me quedó grande y que no podré solo.
Al pensar de esta manera, mi mirada se eleva y me lleva a reconocer el insumo necesario para el obrar de Dios en mi vida: la debilidad.
"Pablo fue ese gran hombre de Dios, no “aunque” tuviera una espina clavada en su cuerpo, sino precisamente “porque” la tenía. Si no la tuviera se habría llenado de orgullo e independencia lo cual le hubiese impedido alcanzar lo que finalmente alcanzó"
La Biblia nos dice que “el poder de Dios se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9 RVC), pero creería que no en cualquier clase de debilidad, sino únicamente en aquélla que nos ha llevado a dejar a un lado el orgullo.
Y es que recordemos que la frase “mi poder se perfecciona en la debilidad” fue la respuesta que Dios le dio a Pablo cuando este le pidió que le quitara “la espina clavada en su cuerpo” que lo atormentaba, la cual, según el mismo apóstol reconoce, le fue dada “para evitar que se volviera orgulloso” (2 Corintios 12:7 NTV).
Creería entonces que Pablo fue ese gran hombre de Dios, no “aunque” tuviera una espina clavada en su cuerpo, sino precisamente “porque” la tenía. Si no la tuviera se habría llenado de orgullo e independencia lo cual hubiese impedido alcanzar lo que finalmente alcanzó.
¿Qué quiso significar Pablo al decir que tenía “una espina clavada en su cuerpo”? No tengo ni idea. Pero no necesitamos saberlo. Nos basta con saber que significa todo aquello que en nuestras vidas nos quita el orgullo y nos pone frente a frente con nuestra debilidad.
En mi caso, es saber que todos mis argumentos, lo que he leído, lo que llamo verdadero, lo que aprendí en mi familia, no van a ser suficientes si mi objetivo es evitar un divorcio. En busca de este objetivo, debo depender de Dios todo el tiempo, y sé que si no lo hiciera, este asunto me va a quedar grande.
Y en su caso ¿Cuál es su espina clavada en su cuerpo? ¿En que se reconoce débil, ignorante o insuficiente para lograr lo que quiere lograr? ¿En qué ha sido derrotado tantas veces y quisiera una nueva forma de hacer las cosas? ¿En qué sigue comportándose de igual manera porque en su mente tiene argumentos que le dicen que eso es normal o correcto, a pesar que en el fondo usted sabe que no lo es?
"Lo que puede cambiarlo todo es reconocer mi debilidad. Con el corazón dispuesto a depender de Dios, Tener la confianza que si lo obedezco, las cosas pueden ser diferentes. Dejarme transformar con humildad. Reconocerme como arcilla en manos del alfarero y no creer que lo sé todo, cuando en realidad, no sé nada. "
Esta consciencia de nuestra debilidad, esta carencia en nosotros de un referente sólido, nos conduce a lo que la Biblia denomina “no depender de mi propio entendimiento”. Dice la Palabra:
“Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar”. (Proverbios 3:5 NTV)
No puedo llegar a un matrimonio queriendo repetir, consciente o inconscientemente, situaciones que ví en el matrimonio de mis padres; tampoco lo puedo hacer conforme a los parámetros de una sociedad en donde, como vimos, el divorcio se encuentra normalizado; y aún menos puedo llegar con mi cabeza llena de argumentos o ideas sobre la institución matrimonial que, por mera ignorancia, desconozco. Si es así, este asunto me va a quedar grande.
De nada me vale declarar con fe que “Aunque cada vez más gente se está divorciando, y aunque mis padres y mis abuelos se divorciaron, entonces, si me llego a casar, yo no me terminaré divorciando”. En últimas, son palabras vacías.
Pero lo que sí puede cambiarlo todo es reconocer mi debilidad, saber que no puedo “depender de mi propio entendimiento”, y con el corazón dispuesto a depender de Dios, tener la confianza que si lo obedezco, las cosas pueden (no deben) ser diferentes. Dejarme transformar con humildad. Reconocerme como arcilla en manos del alfarero (Jeremías 18:1) y no creer que lo sé todo, cuando en realidad, no sé nada.
Es ahí donde con mi mente renovada y fortalecida por la debilidad puedo asegurar que “Porque cada vez más gente se está divorciando, y porque mis padres y mis abuelos se divorciaron, entonces, si me llego a casar, yo no me terminaré divorciando”.
Me encanta hablar de la debilidad porque me hace pensar en el elemento que, a mi entender, constituye el eje central de la relación del humano con Dios: la gracia. Pero de eso hablaremos en la próxima estación.
Brutal, gracias por compartirlo!
Hola Kathe. Gracias a ti por leernos. Saludos