¡NO SEA SAPO!
“Usted no sea tan sapo, tan lambón, marica” fue una de las frases inmortalizadas por Diomedes Díaz. Quizás a usted, amigo lector, le parezca una frase vulgar, corriente y de mal gusto. Por supuesto. Es que la dijo Diomedes borracho.
Y aunque no creo que Jesús haya sido vulgar, no me imagino una mejor respuesta si alguien hoy le preguntara: ¿existen pecados más graves que otros? Tal vez el vulgar sea yo que me imagino a Jesús respondiendo así.
Pecados hay muchos. Si bien no hay tantos como un “legalista” pudiera desear, ni tan pocos como otros pudieran suponer, su gran número los han hecho objeto de esa seducción irrefrenable del ser humano por la clasificación.
Los hay de aquéllos reparables, como el robo, e irreparables, como el suicidio. De aquéllos que lesionan el cuerpo ajeno, como el homicidio, o de los que lesionan el propio cuerpo, como la fornicación (1 Corintios 6:18 NVI). De los que atentan contra un superior, como la deshonra a los padres o la rebeldía, o de los que atentan contra un inferior, como el no pagar el salario a un empleado.
… ¿Y los hay de los que son más graves y de los que son menos graves?
Esta es una pregunta cuya respuesta nos es indiferente. La pregunta en sí es lo que nos interesa: ¿Qué nos lleva a formularla?
Creería que la sola formulación de la pregunta produce en nosotros tres consecuencias igualmente nocivas: juzgar a otros; minimizar nuestro pecado; y volvernos mojigatos. Veamos.
Empecemos con el juicio.
Pensar que existen pecados más graves que otros tiene como origen la comparación: no de los pecados, sino de las personas quienes los cometen. Y esto último es el problema.
En efecto, si se tratara únicamente de comparar la gravedad de los pecados sería sencillo. En un hipotético “pecadómetro” pondríamos un pecado y miraríamos cuánto nos marca en gravedad. Seguidamente, ponemos el otro, miramos también cuánto marca de gravedad, y sólo es hacer un contraste sencillo entre estas dos cifras para determinar el resultado.
Sin embargo, los pecados son conductas humanas, y no una cifra. Por tal razón, una vez atribuimos una valoración a la conducta, necesariamente valoramos a la persona quien comete la conducta, es decir, la juzgamos.
"Lo que convierte al pecado en un tronco en mi ojo no es su gravedad o su intensidad, sino su ubicación: mi propio ojo. No es por la clase de pecado, sino porque es “mi pecado”. "
En segundo lugar, preguntarnos si existen pecados más graves que otros nos lleva a minimizar nuestro propio pecado.
Una lectura inicial de la parábola del tronco en el ojo propio y de la astilla en el ojo ajeno, nos pareciera indicar que para Jesús existen pecados más graves que otros.
Nada de eso. La pregunta de “¿Y por qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo, cuando tú tienes un tronco en el tuyo?” (Mateo 7:3 NTV) no puede entenderse referida a la gravedad del pecado.
No creo que Jesús al preguntar esto estuviera diciendo que existen pecados que son pequeños como astilla y otros pecados grandes como un tronco.
Tampoco creo que estuviera comparando los distintos niveles con que se pudiera cometer el mismo pecado. No señala Jesús que, por decir algo, un nivel intenso de mentira constituye un tronco, mientras que una mentira pequeña constituye una astilla.
Lo que convierte al pecado en un tronco en mi ojo no es su gravedad o su intensidad, sino su ubicación: mi propio ojo. No es por la clase de pecado, sino porque es “mi pecado”.
Como humanos nuestra tendencia es a valorar como más graves los pecados de otros, y como menos graves los pecados propios.
¿Suicidarse es más grave que los chismes? Seguramente sí para quien no lucha con ideas suicidas.
¿Robar con un cuchillo en Transmilenio es más grave que reunirnos con nuestros compañeros para hablar mal de nuestro jefe? Seguramente sí, cuando nosotros no obtenemos nuestros ingresos de lo que nos robamos, sino del trabajo donde nuestra autoridad es precisamente nuestro jefe de quien hablamos mal.
¿Matar a alguien es más grave que actuar como un cobarde? Seguramente sí para nosotros, pero no para Dios. Para él estas dos conductas son exactamente iguales y les da el mismo tratamiento. (Apocalipsis 21:8 RVC)
Como un triste consuelo, comparamos la gravedad de los pecados para restarle importancia al pecado propio.
"Todos los pecados tienen consecuencias, tanto el chisme como el suicidio; tanto el robo como la deshonra ¿Entonces por cuál me debo preocupar? Por el mío. ¿Cuál es el pecado más jodido? El que nosotros estamos cometiendo. Sencillo,"
Si bien no existen pecados más graves que otros, sí existen unos más perjudiciales que otros. Y esa diferencia es importantísima porque lo perjudicial nos enfoca en los efectos de algo y en la persona quien los padece.
En esto la Palabra es clara. Los efectos del pecado únicamente los padece el pecador:
“¿Te parece correcto que afirmes: “Soy justo delante de Dios”? También te preguntas: “¿Y yo qué gano? ¿De qué sirve vivir una vida recta?”» Yo te contestaré y a todos tus amigos también. Levanta tus ojos a los cielos y mira las nubes en lo alto. Si pecas, ¿en qué afecta eso a Dios? Incluso si pecas una y otra vez, ¿qué efecto tendrá sobre él? Si eres bueno, ¿es algún gran regalo para él? ¿Qué podrías darle tú? No, tus pecados afectan únicamente a personas como tú, y tus buenas acciones afectan solo a seres humanos.” (Job 35:2-8 NTV)
Cuando pensamos en pecados «graves» miramos al Dios que los valora. En cambio, cuando pensamos en «perjudiciales», pensamos en las personas quienes los cometen y sufren las consecuencias.
En esa medida no habría juicio. Habría compasión para quien padece por su pecado lo mismo que yo padezco por el mío. No hay peor o menor padecimiento.
Todos los pecados tienen consecuencias, tanto el chisme como el suicidio; tanto el robo como la deshonra ¿Entonces por cuál me debo preocupar? Por el mío. ¿Cuál es el pecado más jodido? El que nosotros estamos cometiendo. Sencillo.
Los pecados de los demás es un tema entre Dios y esa persona. Recordemos a ese hipotético Jesús diomedizado quien nos dice: ¡no sean sapos!
"El objetivo del cristianismo no es dejar de pecar, sino dejar de hacerlo por las razones correctas. Si nuestra motivación es el miedo al castigo, no somos cristianos; seremos tal vez unos santurrones; quizá unos mojigatos; pero cristianos no. "
Y finalmente, el tercer efecto de formular la pregunta sobre la gravedad de los pecados es que nos puede volver mojigatos, santurrones, pero no santos.
Si usted tiene pareja y la ama, seguramente evita ponerle los cachos, no por miedo a que lo pillen, sino porque al amarla no quisiera lastimarla, ni deshonrarla, ni hacer nada que se interpusiera entre los dos para separarlos.
Lo mismo sucede con Dios.
Cuando intentamos no pecar se llama obediencia. Jesús dijo que la obediencia es un acto de amor. “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece.” (Juan 14:21 NVI)
Temor de Dios no es tenerle miedo a Dios. Cuando las personas piensan si un pecado es más grave que otro, en el fondo están sopesando el castigo que les impondría Dios si los descubriera.
El objetivo de obedecer a Dios no es evitar un castigo que podría estimarse más o menos grave. El objetivo para no pecar es evitar todo aquello que afecte la cercanía con alguien a quien amas: tu Dios.
La obediencia a Dios es un gusto, un deleite, un privilegio. El objetivo del cristianismo no es dejar de pecar, sino dejar de hacerlo por las razones correctas.
Si nuestra motivación es el miedo al castigo, no somos cristianos; seremos tal vez unos santurrones; quizá unos mojigatos; pero cristianos no.
Ni sapos, ni lambones. Tampoco juzgadores, ni minimizando nuestros pecados; y mucho menos mojigatos. ¡Ojalá verdaderamente cristianos!