LA MIRADA DE EVA

“No poseemos nada, y sin embargo, lo tenemos todo” 2 Corintios 6:8 NTV

Lo que ocasionó que Adán y Eva fallaran en el Edén, es lo mismo que ocasiona que muchas personas fallen en su intento de subir caminando el cerro de Monserrate en Bogotá: mirar lo que les falta.

Subir caminando el cerro de Monserrate es un excelente plan para quienes, como yo, se ven como deportistas en ciernes. Es una inclinación bastante pronunciada que exige esfuerzo y, sobre todo, perseverancia.

Existe una estrategia que facilita enormemente el ascenso: no mirar para arriba.

Dicha estrategia se la escuché a una persona de avanzada edad en una ocasión en que me encontraba detenido y jadeando en uno de los 1500 escalones de piedra que es necesario subir para llegar a la cima del cerro.

La pronunció cuando, dejándome rezagado en el ascenso, pasó a mi lado con sus manos cruzadas en la espalda y su mirada puesta en el suelo.

¿La razón de la efectividad de la estrategia? Con ella se evita el certero golpe a nuestro ánimo y a nuestras fuerzas producto de fijar nuestra vista en aquél parte del recorrido que nos falta.

Si durante el ascenso a Monserrate alzamos nuestra mirada, la pendiente que divisamos produce una inminente desilusión. Se genera el deseo de devolvernos y reconocer, quizás con vergüenza, pero al menos con autenticidad, que fuimos derrotados por el cerro.

Mirar para arriba es un golpe contundente. Si de los 1500 escalones hemos recorridos 600, al mirar para arriba no nos animarán esos 600 conquistados, sino que experimentaremos el abatimiento por esos 900 que nos faltan.

Algo similar sucedió en El Edén.

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"Pareciera que Dios al establecer su mandato buscaba que la mirada de Adán y Eva se posara sobre todos los árboles cuyo fruto podían libremente comer. En cambio, Satanás buscaba todo lo contrario. Su objetivo fue que Eva desviara su mirada de lo que ya tenía y la posara sobre lo que le faltaba. Y lo logró. "

De niño creía, no sé por qué, que el pecado original de Adán y Eva fue haber tenido sexo.

Después creía que su pecado fue haber comido una manzana, como si para Adán y Eva, al igual que para Blanca Nieves, la manzana resultara una fruta maldita.

Cuando leí la Biblia encontré que realmente el pecado de Adán y Eva fue desobedecer el siguiente mandato de Dios: “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2:16. NTV).

Lo que precedió a la desobediencia fue una charla que Eva tuvo con Satanás. Como se trataba del Diablo y no de la madrastra malvada de Blanca Nieves, la causa de la desgracia no fue una manzana sino un interrogante envenenado. Satanás le hizo a Eva la siguiente pregunta: “-¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?” (Génesis 3:1 NTV).

Pareciera que Dios al establecer su mandato buscaba que la mirada de Adán y Eva se posara sobre todos los árboles cuyo fruto podían libremente comer. En cambio, Satanás buscaba todo lo contrario. Su objetivo fue que Eva desviara su mirada de lo que ya tenía y la posara sobre lo que le faltaba. Y lo logró.

Posterior a la charla con la serpiente, los ojos de Eva estaban fijos, pétreos e inmóviles, enfocados únicamente en el fruto de un solo árbol: aquél que le fue prohibido. Después de mirarlo pasó a evaluarlo hasta concluir que “el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso” (Génesis 3:6 NTV). Después de esta evaluación la caída era inminente.

Podía comer de cualquier árbol, excepto de uno. ¿Sobre cuál puso su mirada? Sobre ese uno.

La “mirada de Eva” consiste es desviar la mirada de lo que tenemos, y en cambio posarla en lo que nos falta. Pero si le pasó a Eva seguramente nos pasa a nosotros.

La desilusión de carecer de dinero para irnos de vacaciones puede concentrar toda nuestra atención, y al mismo tiempo hacernos olvidar que tenemos empleo en un país con índices de desempleo altísimos; la frustración de no poder adquirir un mejor carro, puede nublar que tanto nosotros como nuestra familia nos despertamos esta mañana en la cama de nuestra casa y no en la cama de un hospital.

Y no se trata aquí de enarbolar la lógica “No seré feliz, pero tengo marido”. Título de un excelente libro de una escritora argentina.

Nada de eso. Se trata simplemente de estar agradecidos por lo que tenemos, en lugar de quejarnos por aquello que nos falta. En últimas, es tener lo que la Biblia llama “contentamiento”.

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"Lo esencial al hablar del contentamiento no es tanto qué me lo da, sino qué me lo quita. No es tener mucho o poco, sino mi actitud con lo que tengo. "

Contentamiento es encontrar satisfacción y alegría en el simple hecho –“simple” para quienes damos por sentado tenerlos- de tener con qué vestirnos y alimentarnos.  

Dice la Palabra que “cuando nacimos no trajimos nada al mundo, y cuando muramos tampoco podremos llevarnos nada. Así que debemos estar contentos de que tenemos ropa y comida.” (1 Timoteo 6:6-8 TLA).

Por años vi el contentamiento como una apología de la mediocridad y del conformismo. Creía que Dios nos exigía una vida sin aspiraciones, sin voluntad de mejora y sin crecimiento económico.

Hoy, cuando creo comprender un poco mejor el concepto, me encuentro reconciliado con el contentamiento.

Lo esencial al hablar del contentamiento no es tanto qué me lo da, sino qué me lo quita.

Si para sentir alegría no nos basta con tener con qué cubrir nuestras necesidades más elementales de comida y abrigo, sino que creemos que necesitamos alguna otra cosa adicional, le estamos dando a esta cosa el poder de privarnos de la alegría.

Las cosas no están diseñadas para dar alegría, pero creerlo es la fuente de la codicia: creer que las cosas nos dan una alegría, identidad, satisfacción, plenitud, afirmación y valía que no tenemos con “lo poco”.

Codicia es poner a las cosas a cumplir una función que no pueden cumplir.

Si no estoy contento con “ropa y comida” esto marca mi actitud para conseguir lo demás. Mi insatisfacción con lo “poco” o con lo que ya tengo, genera que lo “mucho” o lo que me falta, lo busque con una actitud demandante fruto de la necesidad, el vacío y la carencia.

No es tener mucho o poco, sino mi actitud con lo que tengo.

Dios nos llama a tener fidelidad en lo poco, esto es, sentirnos agradecidos con tener lo básico. Por eso dijo Jesús: “El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, también es injusto en lo mucho.” (Lucas 16:10 NBLA)

Y mi actitud en lo poco es lo que me permite adquirir muchas otras cosas: “Ya que cuidaste bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo.” (Mateo 25:23 TLA)

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"Si creemos que las “cosas” trajeron la alegría, pues esas mismas cosas se la pueden llevar. Lo mismo ocurre con la confianza, la paz, la estabilidad, la autoestima y la validación. Y esto es muy riesgoso. "

Pensemos por un momento en un padre cuyo hijo tiene problemas de autoestima que lo hacen percibirse indeseable para las mujeres. Sería un padre muy malo, o muy estúpido, si decidiera que la forma de ayudar a su hijo es regalarle un carro lujoso que al ser conducido por el muchacho
pudiera este atraer la atención de algunas mujeres.  

Un buen padre sabría que si la autoestima, la validación y la seguridad de su hijo se las otorga algún objeto, se expone al inmenso riesgo que este mismo objeto se las quite. Y Dios es un padre bueno.

¿Qué nos falta para estar contentos? ¿dinero? ¿una casa más grande? ¿un mejor vehículo? Está bien desear todo esto. El contentamiento no es una apología del conformismo. Al contrario, busca que siempre procuremos crecer económicamente, pero partiendo de la base que aquellas cosas que vienen con la prosperidad no están llamadas a dar lo que no pueden dar.

Si creemos que las “cosas” trajeron la alegría, pues esas mismas cosas se la pueden llevar. Lo mismo ocurre con la confianza, la paz, la estabilidad, la autoestima y la validación. Y esto es muy riesgoso.

La mirada de Eva fue preguntarse qué le faltaba, cuando la respuesta era simple: Nada.

Con enorme confianza en que lo que digo es verdad, lo invito a usted, apreciado lector, a que la próxima vez que busque ascender al cerro de Monserrate utilice la estrategia de “no mirar para arriba” y compruebe los resultados.

Utilicemos la misma estrategia también cuando busquemos un ascenso económico.

Estar enfocados únicamente en la grada que tenemos en frente –si del cerro se trata- y agradecidos y satisfechos por las cosas básicas que tenemos –en el caso del crecimiento económico-, nos alejará de la corrosiva desilusión fruto de la “mirada de Eva”.

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