¿ES "CREER" O "QUERER CREER"?

En la anterior estación veíamos que el sufrimiento conviene porque, en últimas, es usado para nuestro bien (Ir a la Estación #10: “La póliza de seguro de Dios”). Esta afirmación se escribe con una facilidad que no se corresponde con la dificultad de creerla. Por eso ahora no hablaremos tanto del “creer” que el sufrimiento tiene un propósito bueno, sino del instante que precede al “creer”: el “querer creer”.

Al transitar la senda del sufrimiento se llega a un punto donde el camino se parte en dos: a un lado el creer que se sufre con un propósito; y al otro, creer que se sufre sin sentido. ¿Cuál tomar? En últimas, el esfuerzo que demanda tomar uno u otro es exactamente igual. (Ir a la Estación #7: “No, no pare de sufrir”). Luego no se trata de esfuerzo, sino de decisión.

Hay quienes miran a los creyentes cristianos como personas cándidas que creen todo. Esto no es del todo cierto por dos razones: la primera, porque no creemos todo, sino únicamente lo que entendemos como verdad por estar en la Biblia. Dentro del universo de cosas susceptibles de creerse, más bien no es todo, sino poco; la segunda razón, es porque el cristiano, en su mayoría, está en un proceso no de “creer” sino de “querer creer”.   

Ningún cristiano cree todo lo que dice la Biblia ¿Cómo lo sé? Sencillo. Porque si así fuera la resurrección de muertos sería un espectáculo que por su frecuencia dejaría de ser llamativo. El gran autor Neil Anderson nos dice que se puede vivir de una manera contraria a lo que uno profesa, pero jamás de manera contraria a lo que uno cree. Los creyentes estamos sencillamente recorriendo el camino para creer.

La diferencia entonces radica en que los cristianos estamos no en una posición de “creer”, sino en una posición de “querer creer”. Y esto es lo maravilloso. El proceso que va desde la incredulidad a creer la Palabra de Dios, es un camino lleno de dudas, incertidumbre, desaliento, confusión, y por eso la fuerza no viene de lo frágil que hasta ahora creemos, sino de lo que nos impulsó a “querer creer”: la esperanza de algo mejor.

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" Una de mis peticiones favoritas hechas a Jesús es aquélla de quien le suplicaba: “¡ayúdame a superar mi incredulidad!” (Marcos 9:24). Me encanta. Me muestra un corazón que no teme ofender en su sinceridad, sin fingimiento, sin apariencia, sin falsa devoción. En últimas, un corazón como el suyo y el mío: que sabiendo que aún no cree, quiere creer. "

En mi caso aún no creo todo lo que dice la Biblia, pero quiero creerlo. Una de mis peticiones favoritas hechas a Jesús es aquélla de quien le suplicaba: “¡ayúdame a superar mi incredulidad!” (Marcos 9:24). Me encanta. Me muestra un corazón que no teme ofender en su sinceridad, sin fingimiento, sin apariencia, sin falsa devoción. En últimas, un corazón como el suyo y el mío: que sabiendo que aún no cree, quiere creer.

Es más, hay cosas que dice la Biblia que francamente no me interesan. Al menos por ahora. No me interesa cuándo se va a acabar el mundo; ni si el tiempo en que se creó el planeta se corresponde con la edad de la tierra determinada por la ciencia. Lo que diga la Biblia para mí es verdad, pero en algunos asuntos no estoy recorriendo el camino de “querer creer” ¿Por qué? Tal vez porque mi necesidad es otra.

Creo, porque en algún momento quise creer, que Dios hace que incluso el sufrimiento opere para nuestro bien; que la vida en Cristo trae libertad; que la alegría de Dios es la única solución para una depresión; que Dios prospera a su modo y a su tiempo; y creo que la vida abundante prometida por Jesús es la salida al sin sentido de la existencia.

En un instante de mi vida, ubicándome en el punto del camino donde tenía iguales razones para creer una u otra cosa, “quise creer” la verdad de Dios porque en mi desespero era la única opción que me ofrecía una esperanza. Ha pasado algún tiempo desde que estaba frente a ese camino bifurcado y muchas cosas siguen igual. Sigo aferrado al proceso de “querer creer” como un náufrago se aferra a una tabla de madera y, al igual que el primer día, constituye una esperanza en mi desesperación. Pero hay una razón que me hace un hombre diferente al de años atrás: hoy “quiero creer” porque amo y confío en quien dijo lo que quiero creer. Esto último marca toda la diferencia.

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"Sonia tenía ilusión. Creía que del agujero oscuro de su existencia podría ser sacada por el mismo quien, no habiéndose espantado por el hedor de un cuerpo putrefacto, no lo iba a hacer ahora por su alma desdichada. Cuatro días, cuatro años, cuatro décadas. Para Sonia era igual. Quería creer que iba a salir. "

En la literatura existen dos escenas que me llaman la atención por su similitud. Son diálogos entre dos hombres –ambos criminales-, y dos mujeres –ambas prostitutas-, y donde se le atribuye un sentido al sufrimiento.

La primera escena la narra Dostoievski en su novela “Crimen y Castigo”. Es una conversación entre el asesino Raskolnikov y la prostituta Sonia. El hombre se encuentra cavilando por qué no se suicida esta mujer sumida en la miseria, la deshonra y el dolor. En ese momento le pregunta a ella: “– ¿Le rezas tú mucho a Dios, Sonia? -le preguntó. – ¿Qué sería de mí sin Dios? -balbució, rápida, enérgicamente ella. –Pero ¿qué es lo que hace Dios por ti? –inquirió, llevando más adelante su experiencia. Sonia guardó largo rato silencio, cual si no pudiera contestar. Su débil pechito temblaba de emoción. – ¡lo hace todo! – murmuró ella rápidamente, tornando a bajar la cabeza”

En ese momento Raskolnikov le pide a Sonia que le lea el evangelio de Juan donde se cuenta la resurrección de Lázaro. En su lectura apasionada, febril y angustiada, la prostituta enfatiza, como si la vida se le fuera en ello, en los cuatro días que habían pasado desde la muerte del personaje y que la hermana del difunto le señala a Jesús, como para persuadirlo, en el momento en que éste se prestaba a resucitarlo: “—Señor, hiede ya porque tiene cuatro días” (Juan 11:39 RVA). 

Hedía el difunto como hedía la vida de la pobre Sonia. La podredumbre de Lázaro, al parecer definitiva para la hermana del difunto quien le habló a Jesús, era igual de definitiva para las personas que conocían a Sonia. Pero no para ella. Sonia tenía ilusión. Creía que del agujero oscuro de su existencia podría ser sacada por el mismo quien, no habiéndose espantado por el hedor de un cuerpo putrefacto, no lo iba a hacer ahora por su alma desdichada. Cuatro días, cuatro años, cuatro décadas. Para Sonia era igual. Quería creer que iba a salir.

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"El primer paso que damos para salir del infierno es el mismo primer paso que nos acerca al cielo. La podredumbre del alma jamás va a impedir nuestra nueva vida. Lo que sí lo impediría es no querer creerlo. Una vida sin esperanza es la verdadera tragedia. El problema no es tanto “creer”, porque igual no hay razones para hacerlo, el problema es no “querer creer”."

Por su parte, la segunda escena la narra Victor Hugo en su novela “Los Miserables” en donde el escenario lo comparte la prostituta Fantina y el criminal Juan Valjean. Para el momento del diálogo Fantina estaba humillada, ultrajada, despreciada y afeada -no tenía pelo ni los dientes delanteros porque ambos los vendió para atender las necesidades de su pequeña hija -, y en ese instante recibe la ayuda de un igual, un miserable, quien con la certeza de quien habla de un camino que ya recorrió le dice lo siguiente:

“-Habéis padecido mucho, pobre madre –le dijo- ¡Oh!, no os quejéis, ahora tenéis el dote de los elegidos. De este modo es como los hombres convierten en ángeles a sus semejantes: no es culpa suya, porque no saben obrar de otra manera. Mirad, el infierno del que salís es la primera forma del cielo; y por ella era preciso principiar

No queda duda que el primer paso que damos para salir del infierno es el mismo primer paso que nos acerca al cielo. Tampoco dudamos que nuestra podredumbre del alma jamás va a impedir nuestra nueva vida. Lo que sí lo impediría es no querer creerlo. El obstáculo verdadero es plantarnos en la idea que como han sido las cosas hasta ahora, así seguirán siendo. Una vida sin esperanza es la verdadera tragedia. El problema no es tanto “creer”, porque igual no hay razones para hacerlo, el problema es no “querer creer”.

Pero nos pusimos serísimos. Finalicemos el recorrido y prosigamos a la otra Estación.

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