ESCORIAS
Más que los libros en sí, siempre me han llamado la atención las personas que escribieron la Biblia. Disfruto escribir, y tal vez por eso me fijo en el escritor tanto como en el escrito. Conociendo que la construcción de un párrafo lleva inmersa en ocasiones una historia no contada; o unas emociones o ideas no hechas explícitas en el texto, me cuestiono lo que atravesaba la mente de estas personas quienes, por muy inspiradas que estuvieran por el Espíritu Santo, no por eso dejaban de ser humanos al momento de la elaboración del escrito.
Uno de ellos, Mateo, quien por ser cobrador de impuestos, era dentro de la sociedad un paria, un marginado, un señalado, un traidor, me llama especialmente la atención. Me intriga lo que atravesaba su mente y su corazón en el momento en que se sentó a escribir el evangelio que lleva su nombre.
¿Qué sentiría Mateo, mientras escribía el evangelio de Mateo, al narrar aquélla vez que señalaban a Jesús por sentarse a comer con él?; ¿Al referir que el mismo Jesús decía que no había mérito por amar a quienes nos aman dado que, incluso, los “corruptos cobradores de impuestos” –como Mateo- hacían lo mismo? (Mateo 5:46 NTV); y en especial, ¿qué atravesaba por su mente al contar que para la sociedad en que vivía él era una “escoria”? (Mateo 9:11 NTV).
Creería que, al narrar estos sucesos, Mateo sentía una enorme tranquilidad. Incluso me lo he imaginado escribiendo estos episodios con una sonrisa en sus labios. Los motivos de su extraña alegría, de su inesperada paz, los podemos encontrar en diversos sucesos.
El primero, es que Mateo había iniciado su libro relacionando los antepasados de Jesús, y encontró que dentro del listado había prostitutas, traidores, bígamos, mentirosos, asesinos, tiranos, vanidosos. Es decir, personas como él. Y seguramente como usted o como yo. Pensó: “si soy una escoria, estas personas también lo fueron, y eso no fue impedimento para que de su familia llegara el Salvador”.
"Mateo había iniciado su libro relacionando los antepasados de Jesús, y encontró que dentro del listado había prostitutas, traidores, bígamos, mentirosos, asesinos, tiranos, vanidosos. Es decir, personas como él. Y seguramente como usted o como yo. "
El segundo, es que para este momento, Mateo ya era consciente que su identidad no estaba en los actos que había hecho en su pasado. Sabía que una de las manifestaciones de la gracia es que nuestro pecado no puede definir nuestra identidad (Ir a Estación N° 16: “Tan nieto como tan asesino”).
En el preciso instante en que decidió hacer un cambio de vida, se sometía a ser evaluado por otras personas conforme a su pasado. Seguramente a usted también le ha sucedido. Mateo, anticipando el rechazo, dudaría de compartir la palabra de Dios a quienes días antes había robado. Hagamos la pregunta francamente: ¿Cómo manejó Mateo ese sentimiento, que nos inunda en ocasiones a quienes deseamos compartir la palabra de Dios, de sentirnos unos absolutos hipócritas?
Quizá una de las dificultades para empezar en el camino con Jesús, es la sensación de vernos definidos por otros a partir de lo que éramos. Hablar de lo nuevo que trajo Jesús encuentra un obstáculo en vernos encasillados en lo viejo que reflejaban nuestros actos. Una identidad olvidada a la cual pareciera que nos obligan a adecuarnos. En el caso de Mateo: ¿era la “escoria” o era el “discípulo de Jesús”? La nueva respuesta a esta pregunta le trajo paz.
"No somos más que escorias ante los ojos de quienes, al quedarse con una imagen de nosotros del pasado, a partir de ella buscan definirnos. Le pasó a Jesús y a Mateo, pero también nos puede pasar a nosotros. "
El tercer motivo de tranquilidad de Mateo es que pudo ver que lo que le pasaba a él, también le sucedió a Jesús.
Había sido testigo de aquella ocasión en que Jesús estuvo en Nazareth, su pueblo natal, donde a pesar de hablar con sabiduría y de hacer milagros, recibió de sus paisanos toda clase de burlas. Dice la Biblia que no le creyeron, no tanto porque no lo conocieran, sino precisamente porque lo conocían. Pensaban: “No es más que el hijo del carpintero, y conocemos a María, su madre, y a sus hermanos: Santiago, José, Simón y Judas. Todas sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros. ¿Dónde aprendió todas esas cosas?” (Mateo 13:55 NTV).
“A un profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio pueblo y en su propia familia” (Mateo 13:57 TLA) concluyó Jesús al ver esta incredulidad. Entonces ¿Teme hablarle de Dios a su familia, a sus viejos amigos, a sus antiguos compañeros de oficina, porque asume que ellos, conociendo su pasado, van a desconfiar de los que les diga? Pues sí, exactamente eso va a suceder. ¿Cómo lo sé? Sencillo. Si le pasó al mismísimo Jesús nos va a pasar a nosotros.
Luego si esa circunstancia es la que nos limitaría para hablar de Dios, nadie podría compartir el evangelio. Debemos sobreponernos a esto, alzar la mirada de nosotros mismos y ubicarla en la Palabra de Dios, la cual, es la que transforma, cambia y edifica la vida; no lo hacemos nosotros.
No somos más que escorias ante los ojos de quienes, al quedarse con una imagen de nosotros del pasado, a partir de ella buscan definirnos. Le pasó a Jesús y a Mateo, pero también nos puede pasar a nosotros. Nos señalan y piensan: un orgulloso como él, viene a hablarme ahora de humildad; un mentiroso, ahora me dice la importancia de la verdad; un depravado, ahora habla de la pureza.
¿Y qué podemos hacer frente a eso? Nada. Relajarnos. No hay de otra. Porque si antes nos llamaban escorias por hacer lo malo, ahora seremos llamados escorias por hacer lo bueno y seguir a Cristo.
Pablo nos dice que aun sirviéndole a Dios, vamos a seguir siendo tratados como escorias: “nos maldicen, y bendecimos; nos persiguen, y soportamos la persecución; nos difaman, y no nos ofendemos. Hemos llegado a ser como la escoria del mundo, como el desecho de todos”. (1 Corintios 4:12 RVC)
A Pablo no le importaba que otros trataran de definir su identidad. Alertado de este suceso, el insulto le era indiferente. Únicamente le otorgaba a Dios la facultad de dar el dictamen sobre su identidad. Decía: “en cuanto a mí, me importa muy poco cómo me califiquen ustedes o cualquier autoridad humana. Ni siquiera confío en mi propio juicio en este sentido. Tengo la conciencia limpia, pero eso no demuestra que yo tenga razón. Es el Señor mismo quien me evaluará y tomará la decisión.” (1 Corintios 4:3 NTV)
"Mateo escribiendo su evangelio le hablaba a otras “escorias” y les hacía una invitación a seguir al mismo a quien él decidió seguir y le dio una nueva identidad. A quien no lo miró en su pecado, sino en su necesidad "
Mateo era judío y conocía, por supuesto, al profeta Isaías. Sabía que sobre él, un corrupto, había dicho Dios lo siguiente “Luego volveré mi mano contra ti, y limpiaré tu escoria hasta dejarla pura, y te quitaré toda tu impureza”. (Isaías 1:25 RVC). Mateo se veía a si mismo como una persona limpia.
Mateo escribiendo su evangelio le hablaba a otras “escorias” y les hacía una invitación a seguir al mismo a quien él decidió seguir y le dio una nueva identidad. A quien no lo miró en su pecado, sino en su necesidad (Ir a Estación N° 12: “Lo que calló Jesús”).
En su libro, Mateo le escribía a todas las “escorias” para que no creyeran en palabras que buscaban definir su identidad por fuera de Dios. Sabía que no era “escoria”, así lo siguieran tratando como una. Y por eso en su escrito se exponía de manera tan abierta, para que esas escorias nos veamos como se veía él: con la posibilidad de ser limpios.
Ahora bien, sabiendo que nuestro pasado no puede impedirnos compartir la palabra de Dios, queda el interrogante de si lo que sí puede impedirlo es la falta de experiencia en el tema que hablamos. Para lo cual, en una próxima estación, veremos a una soltera dando consejos matrimoniales a una casada (Ir a Estación# 20: «Agrícolamente cristianos»). Por ahora, dejemos hasta aquí el recorrido.