LA PÓLIZA TODO RIESGO DE DIOS

Un autor dijo que “La vida es un bello peligro. Si mi madre se hubiera cuidado de mi padre yo no estaría aquí”. La vida se compone de riesgo, lo queramos o no, y por eso lo más sabio es adoptar una existencia donde no se mitigue ni se asuma el riesgo, sino que se transfiera.

De ahí que creo que lo más parecido a la relación con Dios es un Contrato de Seguro que nos permite que cuando llegue el sufrimiento –el cual llega por igual sobre creyentes y no creyentes- podemos descansar en la certeza que fue transferido y por tanto tendrá un propósito bueno.

El Contrato de Seguro, contrario a lo que su nombre pareciera indicar, tiene por objeto lo incierto, el azar, lo aleatorio, es decir, lo inseguro. Cuando adquiero la póliza del contrato de seguro contra accidentes para un carro, la aseguradora nunca se obliga a que no nos estrellaremos. Se obliga a que, en caso de choque, ella asume las consecuencias. Puede que nos estrellen, puede que no, y ahí está lo incierto que constituye el objeto del contrato.

En Colombia no existe una cultura del seguro. En Estados Unidos sí. Eso explica por qué en la escena de un choque en nuestro país abunda la patada, el insulto y la cruceta. Y en el país del norte abunda la tranquilidad de intercambiar el número de seguro para que las aseguradoras se encarguen. En nuestra vida espiritual sucede lo mismo: ante una calamidad podemos encontrar consuelo en que Dios se encarga. La paz de saber que los riesgos propios de vivir van por cuenta de Dios.

¡Ah! Qué fácil se escribe todo esto. Pero la dificultad de aplicarlas no le resta veracidad a las leyes espirituales. Es más, ¿de eso se trata no? Sigamos.

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"obedecer a Dios no nos asegura que no vamos a sufrir, nos asegura que ese sufrimiento tiene un propósito bueno. La diferencia del creyente con quien no lo es, nunca va a ser la ausencia del sufrimiento, sino la presencia del sentido para el sufrimiento "

¿Qué sucede cuando fuimos valientes, obedientes, llenamos nuestra mente de lo que Dios nos llamó a llenarla, sentimos paz, y con todo esto reunido tomamos una decisión, pero nos va mal? Por supuesto que sufrimos, pero encontramos consuelo en que en ese caso todo va por cuenta de Dios.

Y es que obedecer a Dios no nos asegura que no vamos a sufrir, nos asegura que ese sufrimiento tiene un propósito bueno. La diferencia del creyente con quien no lo es, nunca va a ser la ausencia del sufrimiento, sino la presencia del sentido para el sufrimiento. (Ir a Estación # 7: “No, no pare de sufrir”)

Todos los sufrimientos, grandes o pequeños, van por cuenta de Dios. Siempre he sido muy llorón. Uno de los días que más lloré en mi infancia fue cuando El Chavo del 8 fue acusado injustamente de ladrón. Con mi cara empapada en lágrimas y sorbiendo mocos, vi salir al Chavo lentamente de la vecindad, cabizbajo, humillado y despreciado, con su equipaje amarrado a un palo de escoba, entre las frases calumniosas que se unían para señalarlo y gritarle una y otra vez: “¡Ratero! ¡Ratero! ¡Ratero!”. Fue muy fuerte. Pero hoy no puedo mirar mi pasado y definir como una simpleza lo que me hizo llorar de niño. Si no puedo juzgar mi propio dolor ¿acaso podré juzgar el dolor de otro?

En la vida no he sufrido tanto. Soy una persona normal. O al menos eso me gusta creer. Pero no porque otros hayan pasado verdaderas y más grandes desgracias, puedo afirmar que sea menos el dolor que sentí en mis tragicómicas crisis emocionales, económicas, existenciales, amorosas y espirituales. Sufrí. Y porque sufrí, sé que Dios lo usó para mi bien, y en lo que aún no lo ha hecho, sé que lo va a hacer.

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"Una cosa es que la bendición de Dios no trae tristeza, y otra muy distinta es que la tristeza no pueda ser el camino a la bendición. Por eso creo que “sufrimos por gracia” porque no merecemos ni el sufrimiento ni la bendición que con él viene. "

Hace poco le creí a Dios en algo que estaba muy seguro que iba salir bien. Pero al final no fue así. Un día, sintiéndome un poco decepcionado, me puse a hacer un recuento de las cosas buenas que me quedaron. Claramente no me quedó lo que yo pensaba del proyecto, pero sí me quedó aprender a ser más humilde, a pensar lo bueno, a confiar en Dios aún en algo que parecía muy difícil. Para obtener esto, me tocó perder algo y sufrir otro tanto. Unas por otras.

¿Valió la pena todo eso? Mi respuesta no puede ser otra que un sincero, doloroso y profético Sí. ¿Profético? Sí, porque al día de hoy quedan cosas sin entender, pero sé que llegará el instante en que con toda seguridad afirme “fue por mi bien”.  

Una cosa es que la bendición de Dios no trae tristeza (Proverbios 10:22 NBV), y otra muy distinta es que la tristeza no pueda ser el camino a la bendición. Por eso creo que “sufrimos por gracia” porque no merecemos ni el sufrimiento ni la bendición que con él viene.

Me encanta cuando Dios usa el método socrático y responde a nuestras preguntas con otra pregunta. Si llegáramos a su presencia y le preguntáramos “¿Por qué sufro?”, estoy seguro que nos respondería con un elocuente “¿Y por qué no?”. Detrás de esta respuesta que nos aterriza a la verdad que todos participamos de la existencia humana -donde el sufrimiento es uno de los elementos que la integran-, pienso que Dios realmente quiere decir: “¿y por qué no sufrir si eso te conviene?”.

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"La tierra donde cae su “siembra de lágrimas” no es la estéril tela que cubre su almohada sobre la cual llora antes de dormir. No, su siembra de lágrimas recae en la fructífera tierra de los propósitos de Dios que, desde ya, le garantiza su “cosecha de alegría”. "

La palabra de Dios nos asegura que el sufrimiento con un propósito bueno está garantizado. Así, “sabemos que si amamos a Dios, él hace que todo lo que nos suceda sea para nuestro bien” (Romanos 8:28 NBV), que el salmista aseguró “me hizo bien haber sido humillado” (Salmo 119:71 DHH), y que el hacer las cosas correctamente y dar fruto, lleva implícito que asumiremos pérdidas porque Dios “poda las ramas que sí dan fruto, para que den aún más” (Juan 15:2 NTV). Se sufre en la poda como se sufre en la humillación, pero es para nuestro bien.

También hay una esperanza de futura alegría para el sufrimiento del presente. “Los que siembran con lágrimas cosecharán con alegría. Plantarán llorando sus semillas, y regresarán cantando, trayendo su cosecha” (Salmo 126:5 NBV). Por favor no se deje engañar apreciado lector. La tierra donde cae su “siembra de lágrimas” no es la estéril tela que cubre su almohada sobre la cual llora antes de dormir. No, su siembra de lágrimas recae en la fructífera tierra de los propósitos de Dios que, desde ya, le garantiza su “cosecha de alegría”.

Sí, sufrimos, pero al igual que en un accidente de tránsito, no gritemos ni insultemos ni nos quejemos como los incrédulos, sino que, con toda la calma, llamemos a la aseguradora…insisto ¡qué fácil se escribe todo esto! Pero sé que al evaluar sus sufrimientos pasados y las consecuencias de los mismos, tiene al menos la sospecha que sus sufrimientos presentes serán para su bien. Y como Dios están en la ecuación, no digamos sospecha, llamémosla esperanza. (Ir a Estación #11: “¿Creer” o “querer creer” ?). Creamos hoy y entendamos mañana.  

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