LO QUE CALLÓ JESÚS
Si la fe es “estar convencido de lo que no se ve” (Hebreos 11:1 RVC), hay un acto de fe que todos, creyentes y no creyentes, ejecutamos por igual: creer que nuestra pareja nos es fiel.
Si en este tema alguien busca certezas, evidencias o pruebas, las encontrará, pero para la infidelidad, nunca para la fidelidad.
Creer en la infidelidad se basa en las pruebas recolectadas con la inspección al celular, con la hackeada de las redes sociales, con lo que de primera mano se vio en el seguimiento realizado.
¿Pero alguien podría tener pruebas de que le son fiel siempre y en todo momento? No hay prueba para ello. En la fidelidad simplemente podemos confiar sin ver.
A propósito, ¿sabe dónde está su pareja en este momento?
A mí nunca me han puesto los cachos. Bueno, eso creo. O mejor, eso “quiero creer”. (Ir a la Estación # 11: “¿Es Creer o Querer Creer?”).
No tenemos certeza de la fidelidad, pero “queremos creerlo” porque es un acto de confianza, de amor y de afirmación hacia la pareja.
Si no fuera por este acto de fe, en últimas sería imposible sostener una relación. No tenemos pruebas de la fidelidad, pero sí “queremos creer” en ella porque ayuda a llevar una vida armoniosa con la pareja.
De igual manera, en nuestra vida espiritual resulta de enorme utilidad preguntarnos, no tanto si “creo” algo, sino el ¿por qué quiero creerlo?
Este interrogante nos pone frente a la necesidad que queremos suplir a través de la creencia, y con esto hacer la misma diferenciación que hizo Jesús cuando estuvo frente a un pecador, donde no veía a un malvado, sino a un necesitado insatisfecho.
"Amo a Jesús. Me encanta lo que dijo, pero también lo que calló ¿Por qué al encontrarse con estas personas no habló del pecado? Esta elocuente omisión nos muestra un camino a seguir cuando estemos frente a los errores de otros: compasión. La compasión está en quien, al igual que Jesús, no ve al pecador como a una persona mala, sino como quien escogió mal un medio de satisfacer una necesidad. "
Al ver los diálogos de Jesús con los pecadores, vemos que hay palabras que brillan por su ausencia –la mención del pecado-, mientras otras son el diálogo mismo –la necesidad-.
Así, Jesús con la mujer samaritana le hablaba de sed, no de promiscuidad (Juan 4:13 RVC); con la mujer adúltera, estando a solas con ella, la palabra fue la ausencia de condena, no el adulterio (Juan 8:10 RVC); con la mujer quien lavó sus pies con sus cabellos húmedos por las lágrimas, la palabra fue perdón, no pecado (Lucas 7:44 RVC); en su reencuentro con Pedro después de que lo hubo negado, la palabra fue amor, no traición (Juan 21:15 RVC); en su llamado a Mateo no estuvo la palabra corrupción, sino la necesidad de un sanador (Mateo 9:9 RVC).
Y cuando Dios le habla a usted ¿Cuál es la palabra que abunda en el diálogo?
Amo a Jesús. Me encanta lo que dijo, pero también lo que calló.
¿Por qué al encontrarse con estas personas no habló del pecado? Este elocuente silencio nos muestra un camino a seguir cuando estemos frente a los errores de otros: compasión.
Los humanos compartimos las mismas necesidades: ser amados, aceptados, reconocidos por nuestros iguales, pertenecer a un grupo, ser afirmados, ser importantes, en fin.
La compasión está en quien, al igual que Jesús, no ve al pecador como a una persona mala, sino como quien escogió mal un medio de satisfacer una necesidad.
Enfocarnos en el pecado lleva al juicio, porque nos vemos diferentes de otro quien comete un pecado que quizá nosotros no. Pero enfocarnos en la necesidad, nos hace sentir iguales al pecador porque nos sabemos igual de necesitados.
A un diferente lo juzgamos, pero a un igual lo comprendemos.
Pensemos un instante en la historia de la mujer samaritana. ¿Se le grabó a usted el detalle de los cinco maridos o la sed que ella tenía? ¿Es la historia de una mujer promiscua o de una persona sedienta?
En últimas, ¿es la historia de un pecado o de un medio eficaz de satisfacer una necesidad?
Creería que el tema de los cinco maridos es un detalle menor. El diálogo hubiese sido igual si en ese momento Jesús se hubiese encontrado con un ladrón, un hombre violento o un usurero.
Y creo que sigue siendo igual hoy, al encontrarse Jesús con quien esnifa cocaína, o con quien sube fotos semidesnudo a redes sociales por likes, o quien se emborracha a diario.
"Una vez evidenciada la existencia de la necesidad, empezamos ahora a definir la forma de suplirla. En este punto, aún más importante de saber qué la puede satisfacer, es definir qué NO puede hacerlo. Jesús en el desierto, tuvo tanta certeza de atravesar una necesidad, como certeza de que lo ofrecido por Satanás no iba a satisfacerla"
La “convicción de pecado” podemos verla, no tanto como el saber que algo es pecado, sino más bien como el saber que, pudiendo elegir otra opción, elegimos satisfacer una necesidad con algo que implica desobedecer a Dios.
Si esto no es así, con ingenuidad creeríamos que una vez alguien sepa que su conducta es pecado va a dejar de hacerlo; como si para que el ladrón dejara de robar, bastara con darle a conocer que su conducta es un delito; o para que el fumador dejara de fumar, bastara con enterarse que el cigarrillo afecta la salud (Ir a la Estación # 3: “De la Plaza de Bolívar a La Picota: Criminología cristiana”).
Una vez evidenciada la existencia de la necesidad, empezamos ahora a definir la forma de suplirla.
En este punto, aún más importante de saber qué la puede satisfacer, es definir qué NO puede hacerlo.
Jesús en el desierto, tuvo tanta certeza de atravesar una necesidad, como certeza de que lo ofrecido por Satanás no iba a satisfacerla (Mateo 4 RVC).
Pareciera que, en últimas, esta fue su fortaleza, porque igual de hambriento siguió después de haber rechazado la tentación, es decir, siguió con su necesidad, pero no pecó.
En asuntos de pareja siempre consulto a una asesora particular: mi abuela de 83 años.
Hace más o menos 10 años, para consolarme en medio de una ruptura amorosa, ella me dijo que el fracaso de la relación de ese momento era muy valioso porque me ayudaría a definir lo que no quería en una mujer.
Esbozó la siguiente teoría: me dijo que inicialmente una pareja no se buscaba por aquello que uno quería para su vida –lo cual estaba en constante construcción-, sino principalmente por aquello que uno no quería –dado que sobre esto sí tenemos una completa seguridad-.
Que eligiendo en un primer momento con base en lo que no queríamos, pasábamos con claridad al segundo momento de buscar lo que sí queríamos.
Ese consejo ha calado muy hondo en mi vida, y quizá por eso el pensamiento más recurrente en estos asuntos, cuando llegan ciertas circunstancias no tan agradables, es un sincero y liberador: “¡Naaa! yo ya no estoy pa´esos trotes”.
"Pareciera entonces que el problema no es tanto el tener una necesidad, sino en aceptar para ella cualquier tipo de satisfacción. La causa del desvío no es ignorar que algo es malo, sino la perspectiva cortoplacista: No asumir el precio de sacrificar algo bueno en el presente, para obtener algo mejor en el futuro. "
Pareciera entonces que el problema no es tanto el tener una necesidad, sino en aceptar para ella cualquier tipo de satisfacción.
Estando sediento, puedo elegir tomar una Coca Cola y no agua. Esta bebida de manera inmediata nos da una sensación de frescura. Sin embargo, al ser una bebida altamente azucarada, posteriormente causará más sed.
La causa del desvío no es ignorar que algo es malo, sino la perspectiva cortoplacista: No asumir el precio de sacrificar algo bueno en el presente, para obtener algo mejor en el futuro.
¿Entonces la solución es esperar la satisfacción? No, la respuesta es la fe: creer satisfecha la necesidad.
La santidad es creer, aún sin estarlo, que todas nuestras necesidades han sido suplidas.
Las promesas de Dios se creen en tiempo presente, así se vean en tiempo futuro. Pero de esto hablaremos en la próxima estación (Ir a la Estación #13: «Hoy no fío, mañana sí»). Por ahora quedémonos no con lo que dijo, sino con lo que calló Jesús.