MATANDO A BERTA
En nuestro recorrido por el local que Satanás tiene en el San Andresito (Ir a la Estación N° 5: «Lo mismo pero más barato»), tratamos de entender a sus clientes afanosos por pagar lo que Dios ofrece de manera gratuita. Una explicación a esto es creer la mentira que el producto a buscar es la “bendición de Dios” y no “la verdad de Dios”. Recorreremos ahora esta mentira, para lo cual, se advierte, habremos de matar a Berta. ¿Cuál Berta?
Siendo de madrugada, y habiendo salido de una fiesta familiar, mi tío Raúl se ofreció a llevarnos a mi mamá y a mí hasta la casa, y con esto ocupar dos puestos que en su vehículo quedaban libres porque con él sólo se transportaba su esposa y una mujer de avanzada edad llamada Bertha.
Ya en el camino, hablando de todo y de nada, le conté a mi tío que estaba terminando una Maestría para ejercer mi profesión como abogado en el tema de la responsabilidad derivada de accidentes de tránsito. Al parecer esto lo intrigó.
Mi tío es panadero, sin embargo, al igual que muchas personas en Colombia, “se presumen abogados hasta que se demuestre lo contrario”, y por eso durante el trayecto hablamos sobre las consecuencias de un hipotético accidente de tránsito. Para hacer el ejemplo más cercano utilizamos también a una hipotética víctima: Berta. En ese momento mi tío empezó, no a preguntar, como tal vez se hubiera esperado en este caso, sino a preguntarse, qué pasaría si en ese preciso instante la puerta del vehículo se abriera y saliera Bertha despedida hacia la calle ¿A quién demandaría? ¿Por cuánto sería el monto de la demanda?
"existe una predisposición dentro del ser humano para entender las leyes conforme a las cuales funciona el mundo "
En desarrollo del debate mi tío Raúl esbozó un argumento muy acertado. Sostuvo que dada la avanzada edad de Bertha y estando cercana su muerte el monto de la indemnización no debería ser tan alto. Ante esto yo repliqué que el problema grande no sería tanto que Bertha muriera, sino más bien que quedara viva. Con esta idea en mente, durante todo el camino empezamos a recrear distintos escenarios en los cuales Bertha perdía un ojo, había que amputarle las piernas, estaba en coma o quedaba parapléjica, y evaluar con esto el monto de la demanda.
Cada respuesta que yo esbozaba desde mi opinión profesional era discutida por mi tío quien, debo reconocerlo, lo hacía con argumentos sólidos. Sumido en este intenso debate jurídico entre un abogado y un panadero, sólo cuando me encontraba llegando a mi destino fui consciente que esa persona a quien veníamos matando desde que nos subimos al carro era la señora anciana que se encontraba a mi lado. Volteé a mirarla. Estaba silenciosa, callada, sumida en un mutismo sepulcral muy acorde para la ocasión. Como “cordero llevado al matadero” (Isaias 53:7) -en este caso el matadero de nuestra imaginación- su mirada era lejana, quizá recreando las mil maneras en que pudo haber muerto esa noche, y en especial, contando cuánto dinero representaría su deceso. Pobre Berta.
El producto insignia de mi tío es el pandebono, pero en general el pan que hace es de muy buen sabor ¿Pero por qué yo como abogado no puedo hablar de hacer pan con tanta elocuencia y corrección con la que mi tío sí puede hablar de Derecho? La respuesta pareciera estar en que existe una predisposición dentro del ser humano para entender las leyes conforme a las cuales funciona el mundo. Este entendimiento es casi natural y por eso mi tío dedicado a fabricar pan me refuta cuando le hablo de indemnizaciones. Lo cual también hace mi tía Amparo, aunque ella no me discute con su entendimiento natural sino con base en lo “aprendido” con la doctora Polo viendo el programa Caso Cerrado.
"Las leyes del hombre, las espirituales y las físicas comparten una estructura similar: una causa que produce un efecto. Lo cual es fácilmente explicable si se considera que las dos últimas tienen un mismo creador, y las del hombre pretende imitarlas o al menos reconocerlas."
Las leyes del hombre, las espirituales y las físicas comparten una estructura similar: una causa que produce un efecto. Lo cual es fácilmente explicable si se considera que las dos últimas tienen un mismo creador, y las del hombre pretende imitarlas o al menos reconocerlas.
Así como existe un conocimiento casi intuitivo para conocer las leyes de los hombres, también existe un conocimiento casi intuitivo para conocer las normas de Dios. Pablo nos habla de estas personas quienes sin conocer la ley de Dios, la tienen escrita en el corazón y “por instinto la obedecen”, llevando a que “su propia conciencia y sus propios pensamientos o los acusan o bien les indican que están haciendo lo correcto” (Romanos 2:15 NTV)
Ni el ateo más recalcitrante le diría a su hijo a quien ama que para obtener una buena vida debe matar, robar, humillar, juzgar. No lo haría por una sencilla razón: porque sabe que los efectos de esas causas no serían de bendición para su hijo. Puede que no reconozca al creador de la Ley, pero sí a la Ley, y por eso Pablo no diferenció entre creyentes o no creyentes para las personas quienes “tiene la ley de Dios escrita en el corazón” (Romanos 2:15 NTV)
"El arma de Satanás siempre será el engaño. La mentira de la existencia de una Ley sin un creador que la haya establecido, nos hace perdernos la parte más importante de la obediencia: el amor a quien se obedece. De igual manera, la mentira sobre la capacidad del hombre para establecer sus propias leyes, conducen a un relativismo incapacitante y por eso alguien dijo que la alternativa a creer en Dios no es el “no creer”, sino el creer en cualquier cosa. "
No reconocer al creador de la Ley no es el escenario más complicado. A pesar de esta capacidad natural para conocer las leyes espirituales, existen personas que se ubican en quizá el lado más peligroso del espectro: el lugar de una falsa neutralidad. Piensan con altivez que el requisito para que las leyes existan es que el ser humano crea en la veracidad de ellas. No buscan creer la verdad, sino crear la verdad.
Estos últimos piensan que los efectos de las leyes no los cobijan por el hecho de no creer en ellas. No niegan la existencia de Dios como el ateo, sino que lo ven tan cómodo y neutral como ellos mismos y aseguran que “El Señor no va a hacer nada, ni para bien ni para mal” (Sofonías 1:12 NVI)
El arma de Satanás siempre será el engaño. La mentira obvia irá por supuesto dirigida a las partes de la ley: creer que la causa no traerá efectos. También, la mentira de la existencia de una Ley sin un creador que la haya establecido, nos hace perdernos la parte más importante de la obediencia: el amor a quien se obedece. De igual manera, la mentira sobre la capacidad del hombre para establecer sus propias leyes, conducen a un relativismo incapacitante y por eso alguien dijo que la alternativa a creer en Dios no es el “no creer”, sino el creer en cualquier cosa.
Creer que la búsqueda espiritual intenta obtener la “bendición de Dios” y no conocer la “verdad de Dios”, es el tipo de escenario que impide ver a Dios en medio del sufrimiento. Cuando llega la desgracia real y no la imaginada como la acontecida a Bertha, también llegan las dudas sobre si las leyes son tales o existen casos en que dejan de aplicarse (Ir a Estación N° 7: «No, no pare de sufrir»). Por ahora detengamos el recorrido y que las dudas esperen hasta la próxima estación.