SOY UN CUALQUIERA

“Cualquiera” no es un insulto para cualquiera. La presencia de palabras para denigrar cierta conducta sexual únicamente cuando es desarrollada por mujeres, indica que el machismo existe. El patriarcado no sé.

Hoy en La Senda Criolla no transitaremos por el camino donde la palabra “cualquiera” es un insulto, sino donde se utiliza para designar a una persona indeterminada, a una u otra, sea la que sea. Lo haremos porque pareciera que para Dios tanto hombres como mujeres somos unos “cualquieras”.

Y es que el no entender que el humano es un “cualquiera”, fue la razón que llevó a que un poderoso rey que habitaba un castillo, pasara a vivir en el campo como un animal.

Así, la Biblia nos cuenta la historia de un rey orgulloso quien vivía en su palacio “feliz y lleno de prosperidad”. Pero una noche tuvo un sueño que le causó mucho terror: se trataba de la visión de un árbol alto, fuerte y frondoso, el cual fue derribado con un objetivo: que todos supieran que Dios “gobierna los reinos del mundo y los entrega a cualquiera que él elija, incluso a las personas más humildes” (Daniel 4:17 NTV).

Al despertar, el rey llamó a todos sus sabios para que descifraran el significado del sueño. Sólo uno de ellos, Daniel, pudo hacerlo. Le señaló al rey que no sólo iba a perder el reino, sino que, además, iba a ser expulsado de la sociedad y obligado a exiliarse en el campo donde viviría como un animal salvaje.

Daniel le dijo al rey que esta situación se prolongaría hasta que dejara a un lado el orgullo y reconociera que Dios es quien gobierna los reinos del mundo y “los entrega a cualquiera que él elija” (Daniel 4:25 NTV).

Un año después, a pesar de ser advertido sobre el destino que le esperaba si continuaba con su soberbia, el rey se quedó mirando la ciudad donde vivía y lleno de orgullo manifestó: “¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!” (Daniel 4:30 NVI).

En ese mismo instante, cuando incluso no había acabado de pronunciar estas palabras, una voz del cielo le dijo que, tal y como se le advirtió, desde ese momento dejaba de ser gobernante y viviría exiliado como un animal. También le repitió por tercera vez –¡vaya que Dios es paciente e intenso! que eso duraría hasta que reconociera que Dios es quien gobierna los reinos del mundo y “los entrega a cualquiera que él elija” (Daniel 4: 32 NTV).

Pasados siete años, al final del relato, este rey terminó haciendo lo que, de haber hecho desde un principio, le hubiese evitado todo el sufrimiento: reconoció y dio honra a Dios quien, en palabras del mismo rey, “siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios” (Daniel 4:37 NVI).

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"La humildad no la trae la pobreza, sino reconocer a Dios como la fuente de la riqueza. Tampoco la trae la carencia de metas, sino el darle el crédito a Dios quien nos dio la inteligencia, la estrategia y el brillo para cumplirlas. "

Al parecer existe una estrecha relación entre la incapacidad de vernos como unos “cualquiera” y el orgullo.

Del relato bíblico se desprende que el problema no es que el rey fuera rey, puesto que al final mantuvo su reino. El verdadero problema está en que ese rey tenía que aprender que ningún esfuerzo, ni inteligencia, ni cualidad especial que tuviese, le hubiese permitido ser rey a menos que Dios le haya otorgado ese lugar.

No dudo que Dios le reconocía al Rey su buena administración, la excelente escogencia de sus asesores, las formidables decisiones que había ejecutado. Incluso creo que Dios se alegraba de verlo triunfar.

Pero si el Rey, en medio de su éxito, no estuviese atento al grito ensordecedor del orgullo, habría escuchado la voz de Dios quien con un tono amoroso, pausado y firme -propio de quien habla con sabiduría- le diría: “Sólo te pido que nunca olvides que yo te dí este lugar y que sin mí no hubieses llegado donde estás”.

Lastimosamente el Rey no escuchó. Y a nosotros nos puede pasar lo mismo.

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"Dios no nos llama a la debilidad. Nos exhorta a no confundir “su fuerza en nuestra debilidad” con “nuestra fuerza”. Son dos cosas distintas. "

¿Será que nosotros, al igual que este rey, nos rehusamos a ser tratados como unos cualquiera?

¿Será que nuestro esfuerzo por crecer profesionalmente, alcanzar una posición, cultivarnos intelectualmente, establecer metas y esmerarse en cumplirlas, es porque queremos ser “alguien”?

Si a Dios le molestó la fuerza con que se creía el Rey y le quitó todas sus posesiones ¿Será porque Dios nos llama a ser débiles y pobres? Nada de eso. Dios simplemente nos llama a nunca perder de vista el origen de nuestra fortaleza y de nuestra riqueza.

Dios no nos llama a la debilidad. Nos exhorta a no confundir “su fuerza en nuestra debilidad” (Ir a Estación N° 21: “No eres tú, soy yo”), con “nuestra fuerza”. Son dos cosas distintas. Es más, Dios nos ordena que seamos fuertes y valientes, pero sabiendo que lo somos es porque él está con nosotros. Dice la Palabra:

“Yo te pido que seas fuerte y valiente, que no te desanimes ni tengas miedo, porque yo soy tu Dios, y te ayudaré por dondequiera que vayas” (Josué 1:9 RVC)

Y tampoco Dios nos llama a ser pobres, sino a recordar que lo que tenemos es simplemente porque Dios nos lo dio. Dice la Biblia:

«no se te ocurra pensar: “esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos”. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa riqueza» (Deuteronomio 8:17-18 NVI)

De nuevo: no se trata de ser débil o pobre. Se trata de reconocer cuál es la fuente de la fuerza o de la riqueza.

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"La fuente de la humildad no es la pobreza ni el fracaso. Es entender que somos unos “cualquiera” quienes todo lo que tienen, lo tienen porque nos lo regalaron, no porque nos lo ganamos. "

Recordemos que a decir del apóstol Pablo, la capacidad para hacer sus grandes obras era como un gran tesoro contenido en una frágil vasija de barro, esto con el objetivo de dejar claro “que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos” (2 Corintios 4:7 NTV).

El rey de nuestro relato tenía un problema de orgullo, no un problema de riqueza ni de éxito. Su caída se debió a ignorar lo que con insistencia le pedía Dios: reconocer que era un “cualquiera” quien debía su éxito y riqueza a Dios, no se lo debía a él mismo.

La fuente de la humildad, pienso yo, no es la pobreza ni el fracaso. Es entender que somos unos “cualquiera” quienes todo lo que tienen, lo tienen porque nos lo regalaron, no porque nos lo ganamos.

Al respecto la Palabra es clara:

“No hay nada que los haga a ustedes más importantes que otros. Todo lo que tienen, lo han recibido de Dios. Y si todo se lo deben a él, ¿por qué presumen, como si ustedes solos lo hubieran conseguido?” (1 Corintios 4:7 TLA)

Somos unos cualquiera. Entender que como humanos estamos sometidos a esta indistinción pareciera un método de Dios para combatir el orgullo.

La humildad no la trae la pobreza, sino reconocer a Dios como la fuente de la riqueza. Tampoco la trae la carencia de metas, sino el darle el crédito a Dios quien nos dio la inteligencia, la estrategia y el brillo para cumplirlas.

Terminamos el recorrido que nos llevó a la importancia de vernos a nosotros mismos como unos “cualquiera”. Pero en este punto nos surge un interrogante ¿Será que ver a los demás como unos “cualquiera” también será de provecho? De eso hablaremos en nuestra próxima estación.

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