TENGA IDENTIDAD Y PARÉZCASE A OTRO
Me da un poco de pena admitirlo, pero a mis 34 años quisiera vestirme, tener el corte de pelo y pensar como un personaje de televisión: Thomas Shelby.
La serie de Netflix “Peaky Blinders” ha sido, junto con Los Soprano, de las historias más apasionantes que he podido ver. Su protagonista, Thomas Shelby, es un gran visionario. Visionario para lo malo, pero visionario, al fin y al cabo.
En algún momento de la historia, este hombre sumido en el desespero al cual lo habían llevado un conjunto de problemas, se acerca a la caballeriza donde uno de sus empleados llamado Curly se encuentra arreglando el heno y limpiando el excremento de los caballos de propiedad de Thomas. Este último, al llegar, se quita su gabán y empieza a trabajar. Curly lo mira asombrado de verlo ahí y sostienen uno de mis diálogos favoritos de la serie:
– ¿Qué haces Tommy?
-Paleando mierda, Curly. Lo mismo que tú
– ¿Por qué haces eso Tommy?
–Para recordarme qué sería si no fuera quien soy. Es un trabajo honesto, pero no quiero acostumbrarme
Thomas Shelby y Jesús, aunque en rincones opuestos, tenían clara su identidad. Miremos la importancia de esto para evaluar si nosotros estamos siendo coherentes con lo que estamos llamados a hacer, esto es, si “hacemos a partir de lo que somos”, o cometemos el error de creer que “somos a partir de lo que hacemos”.
"El engaño en que estaba sumido El Hijo pródigo fue creer que a partir de lo que “hizo”, se podía concluir lo que “era”. Era hijo de su padre. Un hijo irresponsable, ciertamente; que se gastó el dinero de la herencia con prostitutas, por supuesto; un hijo desagradecido, sin lugar a dudas; pero hijo al fin y al cabo. "
Podría pensarse que en el desierto Jesús fue tentado con hambre, o con probar a Dios, o con la gloria y las riquezas. Pero realmente su verdadera prueba la soportó en su identidad. Al plantear cada tentación, Satanás retaba a Jesús a hacer ciertas cosas iniciando con la frase “Si eres el hijo de Dios” (Mateo 4:3; 4:6 NTV). Buscaba que Jesús demostrara su condición de hijo ¿Y con nosotros aplicará un método distinto?
Por un momento no seamos el abogado del diablo, sino que vamos más allá: seamos el diablo mismo. En nuestro objetivo de alejar a las personas de Dios ¿Nos esforzaríamos en “hacer” pecar sabiendo que Dios prometió perdonar a quien peca? (1 Juan 1:9 NTV) Sería una labor ineficiente. Un enfoque que pareciera más productivo, sería atacar lo que la persona cree que “es”, y de esta manera, bastaría con esperar a que actúe coherentemente con esa creencia. Una vez atacada la identidad, el éxito de nuestro trabajo está casi garantizado.
Tal es el caso del protagonista de la historia contada por Jesús en Lucas 15 y que es conocida como “la parábola del hijo pródigo”. Este hombre, una vez hubo desperdiciado la fortuna familiar, de estar en una situación donde deseaba incluso la comida que le daban a los cerdos, al volver a la casa de su padre le dijo: “no soy digno ya de ser llamado tu hijo” (Lucas 15:21 RVC).
El engaño en que estaba sumido este hombre fue creer que a partir de lo que “hizo”, se podía concluir lo que “era”. Era hijo de su padre. Un hijo irresponsable, ciertamente; que se gastó el dinero de la herencia con prostitutas, por supuesto; un hijo desagradecido, sin lugar a dudas; pero hijo al fin y al cabo.
"Tener claridad sobre su identidad, fue el factor que llevó al Hijo Pródigo a tomar la decisión de salir de su rincón oscuro. Su cambió se basó no en mirar sus faltas y errores –lo que “hace”-, sino en la seguridad de que no tenía por qué comer migajas siendo un hijo de un hombre acaudalado –lo que “es”-. "
Vemos dos momentos en la vida de este hombre: el primero, es el hijo pródigo cuidando marranos: estar en un lugar y saber que no hay razones para estar ahí; y el segundo, el hijo pródigo sentado en la mesa con su padre: estar en un lugar y saber que nunca se debió ir de ahí.
Y es que tener alguna claridad sobre su identidad, fue el factor que llevó a este hombre a tomar la decisión de salir de su rincón oscuro. Estando en su desdicha razonó así: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre!” (Lucas 15:17 RVC) En otras palabras, su cambió se basó no en mirar sus faltas y errores –lo que “hace”-, sino en la seguridad de que no tenía por qué comer esa comida siendo un hijo de un hombre acaudalado –lo que “es”-.
Cuando el “hijo pródigo” volvió a casa, su padre se regocijó al verlo, le puso las mejores ropas, anillos y celebró su regreso con una cena con la mejor carne. Este acto del papá puede verse como un gesto de perdón, pero principalmente es un acto de reafirmación de la identidad. En la mente del muchacho creo que la comparación era inevitable y durante la cena seguramente se preguntaba: ¿Qué hacía yo con ropa sucia y destruida, si por ser hijo de mi padre puedo tener ropa de las mejores telas y joyas? ¿Qué hacía yo comiendo lo que comen los cerdos, si por ser hijo de mi padre puedo tener en mi mesa la mejor carne? En ese momento comprendió el engaño del cual había sido objeto en su identidad.
"Hay una tendencia en dar por sentadas las bendiciones de Dios. En olvidar de dónde fuimos sacados. En pasar por alto cómo llegamos a los pies de Cristo, y qué ha hecho él desde ese día. Que no sea necesario perder algo para valorarlo. Que no sea necesario recorrer, para recordar, las sendas que nos llevaron a la desdicha. Que no sea necesario alejarnos de Dios para valorar su cercanía. "
Los dos momentos de la vida del “hijo pródigo” que acabamos de ver, nos imponen dos preguntas: la primera, ¿por ser hijo de Dios cómo estoy llamado a vivir?; y la segunda, ¿por ser hijo de Dios cómo NO estoy llamado a vivir? Siendo similares las dos preguntas, nos llevan a enfoques distintos que no podemos pasar por alto.
La primera pregunta nos ubica en una marranera. Ocupar un espacio donde nosotros, al igual que el hijo pródigo, estamos en un lugar y sabemos que no hay razones para estar ahí. Aquel sitio que nos hace preguntarnos ¿por ser hijo de Dios cómo estoy llamado a vivir?
Este es el escenario de las promesas y de las decisiones, es decir, donde se juntan lo que Dios hace y lo que yo debo hacer. La fuerza para efectuar los cambios que nos corresponden a nosotros, la debemos buscar en la identidad de lo que somos, y no en la marranera que perciben nuestros ojos, a la cual, nos han traído nuestras mismas decisiones equivocadas.
Thomas Shelby se puso a recoger excremento de caballo como ejercicio para recordarse que él no había nacido para esa labor. El “hijo pródigo” estuvo comiendo con cerdos, no a manera de ejercicio, sino por sus malas decisiones. Dios es bueno con sus hijos y sólo la independencia nos puede llevar a estar hambrientos, angustiados, irascibles o esclavos, cuando en la mesa de nuestro padre abunda la comida, la paz, la sanidad y la libertad.
La segunda pregunta nos ubica en la mesa del padre. Ocupar un lugar donde nosotros, al igual que el hijo pródigo, estamos en un lugar y sabemos que nunca debimos irnos de ahí. Aquel sitio que nos hace preguntarnos ¿por ser hijo de Dios cómo NO estoy llamado a vivir?
Hay una tendencia en nosotros los creyentes y es dar por sentadas las bendiciones de Dios. En olvidar de dónde fuimos sacados. En pasar por alto cómo llegamos a los pies de Cristo, y qué ha hecho él desde ese día. Que no sea necesario perder algo para valorarlo. Que no sea necesario recorrer, para recordar, las sendas que nos llevaron a la desdicha. Que no sea necesario alejarnos de Dios para valorar su cercanía.
Fue paradójico recorrer esta estación de La Senda Criolla, donde se habló sobre la importancia de tener identidad, reconociendo desde el principio que quiero cortarme el pelo y vestirme como Thomas Shelby. Por eso, apreciado lector, acudo a su comprensión cuando le digo: ¡Tenga identidad y parézcase a Jesús!